No sólo me ayudó lo que vimos en las cartas, sino la presencia agradable y segura de David. Cuando me avisó de que al salir por la puerta ya nada sería lo mismo, no podría haber imaginado que sería de verdad así. Se colocaron tan bien las cosas dentro de mí que siento que fue magia. ¡Chas! De un momento a otro todo tenía sentido, y las respuestas que llevaba meses buscando por ahí, en otras partes, se mostraron claras y transparentes. Además David tenía razón: la angustia que sentía por la tristeza de mi hija ha desaparecido, puesto que al desaparecer mi tristeza, la suya también lo hizo.