«Creo que con el tiempo mereceremos no tener gobiernos».
· Jorge Luis Borges ·
1.
Nos educan minuciosamente no sólo para que legitimemos el Estado y este sistema “democrático” (Gobierno representativo) como paradigmas benéficos e incuestionables, sino que la inmensa mayoría ni siquiera se plantea legitimarlos o no, pues nacemos inmersos en ese universo ya diseñado como marco perceptual cerrado.
Esto es lo que denomino “trampa del círculo mágico impuesto”, o “inducción de una realidad única”. Así como el tradicional círculo mágico es un ámbito elegido por quien decide voluntariamente entrar en él, asumiendo al hacerlo una realidad que cree le será útil para alcanzar un anhelo propio, el círculo impuesto es un ámbito del que ni siquiera tenemos consciencia de poder salir, pues no se percibe como una opción sino como la realidad que debemos asumir para ser individuos de pleno derecho, para ser aceptados en la ilusoria y ubicua secta de las personas normales o bien adaptadas a lo inexorable. Lo cual es, referido a este sistema imperante, una forma de escribir en nuestra narrativa inconsciente que es la conciencia “democrática” la que nos convierte en adultos responsables, y de hipnotizarnos así para que deseemos cuanto antes contribuir activamente a dicha realidad y formar parte de su reforzamiento. Somos esclavos adoctrinados y adiestrados para que agradezcamos tener un amo que nos proteja, para que nos sintamos orgullosos de sentir esa gratitud y de apreciar lo que el amo ha hecho y hace por nosotros.
El consultorio de un médico o de un terapeuta, el rito orquestado por un chamán o por un sacerdote de cualquier religión, la pregunta a un guía espiritual o a un oráculo de cualquier tipo, incluida aquí la familia o un amigo… serían ejemplos de círculos mágicos voluntarios. Se decide en ellos proyectar nuestra autoridad en el exterior, cediéndola en apariencia a una figura que dentro de ese ámbito, por el tiempo y sobre el asunto requerido, interpretará esa función, asumiendo ambas partes el juego establecido como una representación eventual que busca un objetivo concreto. Siempre teniendo en cuenta que muchos de estos círculos son falsamente voluntarios, ya que no sólo están inscritos en un círculo impuesto, sino que son emanaciones directas de la coacción social o estatal. Y puede ser decisivo, en ese caso, y para no ser atrapados por nuestro propio orgullo al creernos libres, ser conscientes de estar decidiendo libremente sólo a cierto nivel, pues a su vez estamos escogiendo algo que está dentro de un catálogo de imposiciones. Podríamos decidir llevar a nuestro hijo, por ejemplo, a un colegio que practicara una metodología pedagógica no convencional, pero cualquier metodología no sería más que una oferta exótica dentro de dicho catálogo, e igualmente tendría que estar acogiéndose al sistema impuesto. Si creyéramos estar siendo más libres por elegir una opción exótica, ese orgullo nos haría estar más cegados y por eso más sometidos aún.
La «democracia» representativa, así como la mera existencia del Estado y por ende la autoridad proyectada en esa ilusión, son ejemplos de círculos impuestos. Otros ejemplos serían la cultura y convenciones sociales dentro de las cuales nacemos, el idioma que hablamos, el paradigma científico imperante en nuestra época, o incluso lo considerado políticamente correcto en cada momento. En dichos círculos la autoridad no está cedida por nosotros, sino que nos ha sido robada subrepticiamente. Y para llevar a cabo este robo es necesario no sólo que el robo no sea percibido como tal, sino que ni siquiera sea percibido como algo. La realidad impuesta debe ser vivida como el pez abisal vive el océano. Existen al menos cuatro estrategias básicas empleadas al unísono para ello, madres todas ellas de otras muchas:
Por un lado, como ya he explicado, no hacer concebible ninguna realidad distinta a la que interesa imponer.
Por otro lado hacer que quien logre trascender su propia educación y se atreva a concebir otra realidad, asuma esa otra realidad como una utopía.
Por otro lado inducir adrede el tonto espíritu revolucionario, adelantándose a los temerarios y multiplicando dicha realidad en distintas y posibles expresiones potenciales de la misma, pero narradas de tal forma que sean percibidas como alternativas que se oponen a ella, para que así se consideren revolucionarios quienes luchan por alcanzarlas. Además la consecución del objetivo debe ser muy costosa, y en ocasiones violenta, para que una vez alcanzado tengan la sensación de trascendencia, de haber cambiado el sistema cuando lo que han hecho es reforzarlo, gracias precisamente a esa sensación de haber vencido.
Y por otro lado, como quien hace confortable tu pequeña celda mientras construye fuera muros más altos y electrificados, se trata de crear una ilusión de libre elección dentro del círculo impuesto, lo más variada o polarizada posible para que quienes aún no imaginan realidades alternativas se piensen libres de elegir y no se asfixien, provocando así que la mayoría no necesite ni siquiera escapar de la entretenida cárcel en la que pacen. Lo que llamamos “democracia representativa” sería simplemente un ejemplo más de esta pueril y a su vez poderosa estrategia, así como lo serían los círculos falsamente voluntarios a los que me refería antes.
Creo importante aclarar, para quienes crean que al evidenciar estas estrategias de manipulación estoy simplemente teorizando una conspiración, que antes de nada me refiero a estrategias psicológicas internas que empleamos contra nosotros mismos. Los Estados, más o menos conscientemente, dependiendo del momento, han ido intentando mantener o reforzar dicha dinámica. No obstante podríamos considerar que quizás, si esto os resulta menos inquietante, no exista ya un poder en la sombra, y que quizás los Estados hoy día son más ingenuos por el hecho de estar conformados por individuos que tampoco se han planteado cómo han sido adoctrinados desde niños, de generación en generación, y que es por ignorarlo que ahora sirven a ese patrón abstracto creado a base de sacrificios hace mucho tiempo. Como si actualizaran y ejecutaran sin saberlo un programa implantado en la mente de generaciones pasadas, y gracias a un sentido inconsciente del deber en correspondencia con aquellos sacrificios. O como si un meme nos manipulara y utilizara como meros vehículos para auto-replicarse. Quizás una vez que la ilusión del Estado fue creada, nosotros comenzamos a alimentarla, justificarla y evolucionarla, olvidando su origen y verdadera intención porque nos convenía ceder nuestra responsabilidad y permanecer infantilizados y mantenidos. Quizás se ha ido perpetuando esta ilusión al transmitirse como una realidad a través del sistema educativo que se creó para ello, y también por mímesis de los valores mamados. Quizás ya nadie tenga que manipularnos, pues hemos aprendido a manipularnos a nosotros mismos como elefantes domados para el circo que ni siquiera han intentado alejarse de esa minúscula estaca clavada en el suelo a la que eran atados de pequeños, y que ahora podrían arrancar fácilmente. Quizás estamos hipnotizados ya no por nadie, sino por una idea, y vivimos contra nosotros mismos a favor de esa idea, que se ha convertido en la única tirana que literalmente existe, en el único poder en la sombra. En la sombra de nuestro inconsciente.
2.
Lo que ahora llaman “educación” siempre ha sido proporcionada y diseñada por el Estado para crear mentes obedientes que justificaran y agradecieran ser amparadas por ese Estado. Por eso los sistemas educativos que uniformizan el aprendizaje, tratándonos como una masa de borregos homogéneos con los mismos intereses, talentos y necesidades. Por eso la obligatoriedad de ser educados en base al sistema vigente. Y por eso la falsa gratuidad de dicha educación, para que encima estemos agradecidos de haberla recibido, de haber sido sometidos y tratados como imbéciles. Se nos vende una obligación, una coacción, como un derecho facilitado. Todo sistema educativo trata de configurar mentalidades que piensen lo menos posible, que empleen todos sus maravillosos recursos en el acto mezquino de memorizar y pasar exámenes, en demostrar ante la autoridad burocrática que han asumido como verdad el círculo mágico conveniente al poder. Se trata de alentar la mediocridad, premiándola, y perseguir o asfixiar lo máximo posible la individualidad para que no nos planteemos o no nos atrevamos a ir en busca del muro que limita el paradigma en el que estamos inmersos. Como en El Show de Truman, ese muro está construido muy lejos, mar adentro, en una zona prohibida y peligrosa. Atreverse a pensar por uno mismo sería emprender ese viaje. El pensador que se ciñe al círculo impuesto y se dedica a intentar entenderlo es premiado con palmadas en la espalda, títulos y respetabilidad, y el visionario que osa buscar los confines y crear salidas del círculo es tratado como un loco peligroso para la sociedad. Así entendido, la psiquiatría sería, por ejemplo, un intento dentro del paradigma médico por establecer quién debe ser reprimido en su búsqueda.
Pongamos que hemos llegado vivos hasta este párrafo, que hemos atravesado las tempestades de la duda, del asombro o de la indignación, del miedo a ser perseguidos, que hemos evitado la primera trampa del impulso revolucionario y que ahora nos encontramos frente al muro y aún estamos a tiempo. ¿Qué hacer? Parece infranqueable. Pero ese muro es ilusorio, y sólo entendiéndolo como símbolo podemos convertirlo en una gran puerta. Igual que a veces el antídoto se extrae del propio veneno, igual que para vencer al oponente en un arte marcial es necesario saber utilizar a tu favor su fuerza, la vía más rápida y menos costosa para escapar de un juego no elegido es utilizar las reglas de dicho juego para transformarlo en otro. Entonces al topar con ese muro ilusorio, en vez de tratar de atravesarlo, se trataría de convertir esta realidad de aquí en esa realidad que esperas encontrar al otro lado, y así estarías automáticamente en ese otro lado. Sin embargo, al ser el muro la última y definitiva trampa, si lo derribaras, quedarías atrapado para siempre en este lado, pues todo pasaría a ser el mismo lado. El muro se convierte en puerta cuando entendemos que nosotros somos el muro, y entonces dejamos de interponernos en nuestro propio camino.
3.
Ya que a lo largo de estos días muchas personas me han pedido consejo sobre qué criterios emplear a la hora de votar o no votar si eres alguien que no legitima el Estado, tomaré la “democracia representativa” como excusa para explicar cómo podríamos aplicar esa en apariencia compleja maniobra mágica a la que me refería en el punto anterior. Aclarando que no soy sociólogo ni politólogo, que considero el mundo que percibimos como una realidad simbólica, y que las dinámicas sociales son para mí sólo amplificaciones de dinámicas psicológicas entre individuos, que a su vez son amplificaciones de dinámicas en el interior de cada individuo.
Sé que muchos sostienen que la mejor forma de plantear una desafección hacia lo establecido es por medio de una “abstención activa”, es decir: realizada conscientemente como acto político y pretendiendo ser sólo por ello expresión clara de una determinada postura en contra del sistema. Sin embargo la rebeldía nos convierte en más esclavos aún de aquello contra lo que supuestamente nos rebelamos. Quizás, cuando nos obcecamos en rebelarnos de esta manera, no entendemos que no es gratuito el hecho de que la abstención esté permitida como posibilidad dentro del propio juego, y que precisamente abstenerse es lo que interesa que los rebeldes hagan. Primero porque el rebelde, si se viera obligado a votar, tendería a quebrantar el equilibrio y se decantaría mayormente por fuerzas no convencionales o por el incómodo voto en blanco. Y segundo, y más importante, porque una vez te abstienes, por las razones que sean, el significado de dicha abstención deja de pertenecerte, y pasa a pertenecerle a aquellos contra quienes creías abstenerte. Serán ellos quienes decidirán por qué te has abstenido, no tú. Por lo que la abstención refuerza lo convencional y te debilita, desposeyéndote de postura propia. Dentro de la lógica del juego, la abstención podría significar perfectamente que no te importa en absoluto quién salga elegido, por lo que delegas la decisión en los demás, que es algo muy distinto a lo que supuestamente pretendías, que era poner en duda el propio sistema. Es cierto que si una inmensa mayoría se abstuviera, posiblemente se abriría un proceso reformista, y aún así el significado de la abstención podría seguir siendo manipulado y utilizado como excusa para decidir reformas en una dirección muy alejada a la deseada por la mayor parte de los abstencionistas, que habrían invocado así con su abstención un infierno peor que aquel del que pretendían huir al abstenerse. No obstante, si se estuviera dispuesto a asumir ese riesgo, y para que se planteara cualquier reforma sistémica, la abstención tendría que ser inmensamente superior en número comparada con, por ejemplo, el número de votos en blanco necesarios para que se produjera una reestructuración creativa del propio juego. Las cosas suelen cambiar de forma más profunda y rápida cuando se tiene paciencia, cuando no se albergan pretensiones de querer cambiarlas bruscamente. La abstención ha crecido en países de larga tradición “democrática” de forma desorbitada, hasta alcanzar en algunos de ellos más de la mitad del electorado, y aún así se ha ignorado por completo y los representantes elegidos se han ocupado de impregnarla con los significados convenientes para ellos, si es que se han ocupado siquiera de ella. Porque, ¿qué parte de esa abstención es “activa” y cuál es simplemente dejadez o indiferencia hacia el resultado? Ante la abstención siempre hay escapatoria. Sin embargo, como sólo podemos hacer existir lo representado de forma concreta, si el número de votos en blanco fuese similar en alguna parte del mundo al número de abstenciones medio en todas partes, el derrumbe del sistema posiblemente sería inminente en ese lugar, y esta vez con un significado claro dentro de la lógica interna del juego: “no me gusta nada de lo que me ofreces, así que debes ofrecerme otras cosas si quieres que me plantee votarte la próxima vez”. La ley de la oferta y la demanda entraría en juego, y sin necesidad de plantear un cambio de sistema, el sistema ya sería otro, pues se tendrían que ofrecer, dentro de dicho sistema, opciones totalmente distintas a las ahora ofrecidas, intentando adecuarse a las demandas no representadas. Algunas propuestas incluso podrían plantear la creación, a partir de este, de un sistema más evolucionado si recibiesen al apoyo suficiente, o podrían proponer claramente y como prioridad la disminución paulatina del Estado. Así pues, y al parecer en línea con lo que José Saramago especulaba en su “Ensayo sobre la lucidez”, la cantidad de votos en blanco necesarios para un derrumbe del sistema es seguramente muy inferior a las abstenciones necesarias. Y además el significado del voto en blanco queda en manos de quien lo utiliza, conservando el poder y haciendo por ello más contundente el mensaje, por inequívoco. El voto en blanco optimiza el juego, forzando a los partidos a transformarse para poder servirte mejor, es una petición de ofertas nuevas que se valorarán constantemente dentro del mercado y sobrevivirán conforme se adapten o no a tus deseo. Saramago lo llamaba “el lugar mágico del voto en blanco”. Salvo que se concretara en un acto a modo de performance que representara una propuesta claramente explicada, y se lograra instaurar dicho acto como forma oficial de vehicular una abstención con significado unívoco, la abstención en sí misma no demanda ni propone nada claramente, puesto que no sabemos qué significa para cada cual, y por tanto cualquier abstención masiva puede ser respondida con otro juego aún más terrorífico que ese en el que no hemos querido participar, ese que no hemos querido utilizar a nuestro favor, despreciándolo. Los infiernos son hijos de los cielos despreciados, y el arma que no utilizas para defenderte puede ser utilizada para matarte. El juego que estamos desentrañando nos permite entonces optar por las dos anteriores posturas, y a su vez nos permite optar por la vía convencional de elegir alguna de las propuestas de amo ofertadas. Aunque no lo parezca, esta es una vía muy efectiva también para evolucionar el sistema hasta disolverlo, aunque para ello es necesaria una rigurosa aplicación de las reglas del juego y una coherencia estricta en las decisiones, que deben estar alineadas rigurosamente con el objetivo buscado a largo plazo. Los mejores jugadores no son quienes hacen trampas, sino quienes hacen que el oponente desee que las reglas hubiesen sido otras. Siempre asumiendo, recordad, que esta elección, este juego, acontece dentro de nosotros antes que en ningún otro sitio y que, por tanto, se trata de tomar esa decisión no esperando un resultado exterior inmediato, sino sabiendo que sólo la coherencia interior es genuina contribución a una misteriosa evolución común de la que participan decisiones aparentemente contrarias a la nuestra. Sólo puedes ceñirte a tomar tu íntima decisión, que es lo único que depende de ti. Sólo puedes decidir con autenticidad haciendo como si el mundo entero dependiera de esa única decisión tuya, como si tú fueses el mundo entero, y después aceptando el resultado colectivo, la suma de esas decisiones individuales aunque no sea de tu agrado, aceptándola como una representación también de algo vigente dentro de ti que aún necesitas explorar y enfrentar, e intentando vivir siempre lo más acorde posible a tu anhelo de libertad dentro de la aparente cárcel externa, para convertirte así en un ejemplo que pueda inspirar futuras decisiones ajenas. Aclarado esto, si nuestro objetivo entonces fuese disolver el sistema, se trataría de ir eligiendo a los amos que propongan reducir más el Estado, para así llegar poco a poco a su mínima expresión y evidenciar con ello lo innecesario del mismo. Se trataría de ir eligiendo a los amos que más a favor estén de preservar y aumentar las libertades individuales para, poco a poco, al fin liberarlos a ellos de tener que gobernarnos. Si lo que se quiere, repito, es acabar con nuestra esclavitud, y no afianzarla gracias a esa tendencia nauseabunda de mendigar seguridad, haciendo al Estado cada vez más grande, y haciendo entonces que el sistema se justifique a sí mismo y se refuerce. Esto es lo que muchos supuestos revolucionarios proponen cuando se presentan como salvadores “anti-sistema”, el anzuelo del estatismo que la masa pusilánime muerde, la hipnosis por la cual logran que agradezcas ser aún más esclavizado creyendo que un Estado más grande será la solución a los problemas que el Estado creó. Si eres afín a esta “revolución” sin duda creerás estar leyendo ahora mismo el texto equivocado, y quizás querrás salir corriendo y blasfemando. Pero no lamento haber esperado tanto para desvelártelo, pues si has llegado hasta aquí, quizás me des una oportunidad y me acompañes hasta el final. Respeto tu necesidad de amo protector, no todo el mundo posee el coraje de afrontar la libertad. Lo único que no respetaría sería que legitimaras que ese amo se nos deba imponer a quienes no lo queremos. No obstante supongo que sabes que no tienes mucho por lo que preocuparte, al menos de momento, pues sois la inmensa mayoría. Aunque os creáis revolucionarios no sólo estáis inscritos en esa masa mayoritaria que busca aterrada perpetuar un Estado poderoso que los ampare y abastezca de todo lo que no tenéis el coraje de aportar como individuos, sino que sois precisamente quienes eligiendo propuestas de Estados mayores contribuís más a la perpetuación del sistema que tanto criticáis pero del que sin embargo buscáis poder aprovecharos cada vez más. Y quizás al haceros conscientes de esta contradicción interna desataríais por fin fuerzas congruentes y liberalizadoras para todos. Siguiendo con la aplicación del principio mágico que nos ocupa, y sólo para quienes hayan decidido acompañarme hasta el final, la regla más importante de la que partir para lograr la liberación paulatina del Estado es considerar al amo como un empleado al que vamos a contratar para que nos encamine a ello. Al elegir al amo desde esta perspectiva, estamos entonces también dirigiéndolo, estamos eligiendo a un empleado que haga esa función rectora que de momento aún creemos necesitar, pero actuando como si cada vez la necesitáramos menos, como quien tiene que volver a aprender a ser libre después de años cautivo. Sin olvidar nunca que somos quienes le estamos dando el poder sobre nosotros, y que por tanto el poder es nuestro, no suyo. Ellos son sólo símbolos que representan lo que nosotros somos, y a quienes utilizamos como chivos expiatorios en quienes delegar nuestro miedo y nuestra pereza. La representación evoluciona en correspondencia con lo representado, no a la inversa. La libertad que vayan protegiendo los empleados que elijamos será la libertad de la que nos atrevamos a responsabilizarnos. Otra regla fundamental a tener en cuenta si optamos por esta vía, independientemente ahora de que seas más o menos proclive a reforzar el sistema o a la libertad, y partiendo de que estamos eligiendo a un empleado que ejerza la autoridad en correspondencia con nuestra irresponsabilidad, es la de votar a quien más consideremos que se acerca a nuestra forma de ver la vida, a quien más llanamente nos guste si se quiere, pero nunca votar contra alguien, nunca para que alguien no salga elegido. Si todos votáramos y realmente cada cual votara lo que piensa, la mayor parte de los votos seguramente serían siempre en blanco, y el sistema hace tiempo que hubiese tenido que reformarse. Pero se hace creer a la masa que hay sobre todo dos aspirantes a amos que son los susceptibles de ganar, y se insta por ello a votarlos y a no votar en blanco o no dispersar el voto en otras opciones, polarizando lo máximo posible la contienda con el pretexto de que si no contribuyes a esa polarización, corres el riesgo de que salga elegida la más opuesta a tus intereses de esas dos opciones. En realidad no sabían qué iba a suceder, pero al lograr que tú creyeras que iba a suceder lo que anunciaban, lograron que sucediera. A este antiguo truco de hipnosis mediante la profecía que se auto-cumple lo llaman “voto útil”. ¿Qué harías si realmente actuaras como quien contrata a un empleado, a un gestor o a un abogado que llevara aquellos asuntos importantes de los que no puedes ocuparte, y para lo cual necesitaras a alguien en quien confiar lo máximo posible? Harías una entrevista, se presentarían determinados candidatos, y no elegirías a ninguno para el puesto hasta que no encontraras a la persona ideal que te sintieras a gusto contratando. Es decir: elegirías sólo a la persona en la que verdaderamente confiaras, nunca a la que consideraras “menos mala”, por lo que mientras no se presentara ningún candidato que cumpliera tus requisitos, no te sentirías obligado a elegir a nadie para el puesto. Este “no elegir a nadie de momento” sería de nuevo el voto en blanco y, como hemos visto, es procediendo así como actuaría rápidamente la magia del mercado y haría emerger lo que buscas. Quien vota a quien no le gusta sólo por miedo a quien le gusta menos, está votando finalmente contra sí mismo, pues está justificando igualmente la existencia de esa oferta que no le representa. Otra regla imprescindible es tener en cuenta lo que llamo “sesgo de preferencia por la intencionalidad”, es decir: tendemos a enamorarnos del objetivo declarado en vez de valorar exhaustivamente, sin empecinamiento ideológico, la viabilidad de la propuesta presentada para lograr dicho objetivo. Las propuestas políticas no necesariamente logran o buscan lo que dicen buscar. Es importante considerar que cuando un político se presenta como el salvador de los pobres, por ejemplo, no quiere decir que sus medidas tengan que ser las más beneficiosas para los pobres, sino que tenderán a ser las más atractivas a corto plazo para los pobres, incluso aunque a la larga pudieran generar más pobreza aún, lo cual sería beneficioso para dicho político y para la ideología que este representa. Quien vende paliar la pobreza, suele necesitar crear cada vez más pobres para justificar así su existencia y tener cada vez más ingenuos clientes. Para no caer en dicho sesgo sería entonces necesario valorar las propuestas de acuerdo a los resultados que dichas propuestas han obtenido a lo largo de la Historia, y nunca de acuerdo a las intenciones declaradas del oferente, las cuales es mejor siempre ignorar. La última regla mágica dentro de la coherencia con esta vía sería la de no fingir pureza moral, aceptar las propias contradicciones para poder aceptar las ajenas, y considerar a priori siempre lo siguiente: nadie va a cumplir todo lo que promete, de hecho es posible que sólo cumpla una mínima parte o que incluso no sepa al prometerlo que no podía prometerlo, o puede a veces que cambie de opinión y haga algo contrario a lo anunciado, pero lo que importa será en qué dirección apunten sus propuestas y qué filosofía subyazca en ellas, pues habrá personas de las que desearías precisamente que no cumplieran nunca lo que han prometido. No obstante, esta asunción sólo será válida como guía antes de elegir, y no después de haber comprobado el comportamiento de los elegidos, lo que conllevaría fanatismo: esa tendencia a justificar cualquier barbaridad, cualquier traición o engaño intencionado llevado a cabo por quien diga representar la ideología que nos posee. ¿Deberíamos tener todos el derecho a elegir quién nos representará a todos, quién canalizará nuestra autoridad delegada convirtiéndose en nuestro amo? Si no debiéramos tener todos ese derecho, ¿quiénes deberían tenerlo? Es cierto que la expresión de la mayoría tenderá siempre por definición hacia la mediocridad, y también es cierto que si cada individuo se ocupa de su mediocridad, la mediocridad general tendrá cada vez estándares más altos, pues el rango medio evolucionará según cada uno de nosotros lo hagamos. El problema de otorgar el derecho a elegir sólo a quienes fuesen considerados lo suficientemente aptos para ello, a los suficientemente formados o inteligentes, sería decidir quién otorga ese derecho, qué autoridad decidirá qué formación es la necesaria y qué parámetros se utilizan para medir esa inteligencia. Y entonces estaríamos creando un nuevo paradigma coactivo, un nuevo círculo que imponer a próximas generaciones que en un futuro ya hubiesen olvidado por qué ha imperado siempre un determinado criterio. Ahora bien, si nadie debiera arrogarse el derecho a decidir quién tiene o no ese derecho de participar en unas elecciones, ¿cómo pueden llamarse democráticos los sistemas que impiden votar a los niños, por ejemplo? ¿Era democrático que en algunas partes del mundo las mujeres o las personas de razas determinadas no pudieran votar? Y si no era así, ¿por qué incluso los discriminados por un tiempo siguen siendo cómplices de esta discriminación por edad aún asumida? ¿Según qué criterio arbitrario se ha decidido cuándo alguien tiene formado su criterio propio, como si además fuesen iguales dos personas de una misma edad? ¿No deberíamos tener ese derecho desde el mismo momento en que nos apeteciera ejercerlo, puesto que a nadie se le exige una formación especial para ello? El primatólogo Jordi Sabater Pi dijo una vez, en una ya antigua entrevista, que se había llegado al consenso de considerar el pensamiento lógico como aquello que diferenciaba al ser humano del resto de homínidos, cuando sin embargo, añadía, el 90% de la humanidad no tenía pensamiento lógico. ¿Se infantilizarían las propuestas políticas si tuviesen que dirigirse a todas las edades? ¿Aún más de lo infantilizadas que ya están al dirigirse supuestamente sólo a mentes adultas? Lo más probable es que a determinadas edades no hubiese interés alguno en votar, y en los casos en que lo hubiese la decisión seguramente sería más sabia que la media, pues el interés temprano de un niño suele indicar una gran inteligencia, y además el niño suele conservar o estar aún cercano a una especie de estado de trance intuitivo del que nos vamos alejando con la edad, algo que se ha demostrado más eficiente que el pensamiento analítico común, pues la mayor parte de los adultos no saben ni siquiera razonar correctamente ni son conscientes de sus propios sesgos. E incluso me atrevería a decir que la mayor parte de la humanidad se queda estancada en una emocionalidad adolescente fácilmente manipulable. ¿Quién fue nadie entonces nunca para decidir a qué edad teníamos el criterio que convenía a la mayoría? Por último considero importante ser conscientes de que la llamada “democracia representativa” no es más que otro tipo de tiranía, en la que todos parecemos asumir que si nuestro criterio forma parte de la mayoría someteremos al resto, y que si por el contrario no forma parte de esa mayoría, nos dejaremos someter por ella. Tiranía de la mediocridad y del pensamiento único, en la que los más originales, aquellos que representan nuestra excepcionalidad cohibida, son dirigidos por la represora ordinariez común. Sin embargo, como hemos visto, la forma de dinamitar más profundamente este juego perverso es utilizando sus propias reglas y dirigiéndolo cortésmente hacia el precipicio, asumiendo el juego en sí también como símbolo de nuestra alma y confiando en la sabiduría de la evolución pacífica. El verdadero amo que nos somete lo llevamos dentro. Es siempre esa parte de nosotros de la cual no queremos responsabilizarnos.